Hola a todos.
Al fin, después del estrés emocional sufrido durante la época de exámenes en cualquier facultad, me dedico a escribir un rato. Esta vez, no me inspira nada en particular, no me mueve nada especial. Simplemente creo que mi firme compromiso al abrir este blog fue el de dejar constancia de lo que sucede a mi alrededor y que de alguna manera me afecta. Quizás, por eso, el continuo aburrimiento de estos días y la gran dejadez que me gobierna guían hoy mis manos dejando plasmar algunos pensamientos.
Me siento crítica, crítica con lo que veo a mi alrededor, crítica conmigo misma. Ciertas redes sociales o comunidades virtuales por las que todos nos hemos dejado caer no solo cumplen la función de mantenernos en contacto a pesar de la distancia o la falta de tiempo, sino que, a veces, producen también un efecto un tanto depresivo en aquellos que, al compararse con el resto, encuentran inferioridad en sus vidas con respecto a la de los demás.
Pondré un ejemplo para que se vea más claro. Pongamos por caso que hay lugares en Internet en los que puedes poner en común tus fotos ante un público, normalmente tus amigos y conocidos. Ellos pueden verte y tú puedes verlos a ellos. Hay fotos de todos los momentos: fiestas, viajes, amigos, en clase, de copas, cosas raras... No importa cuando todos llevamos una vida parecida. En cambio, cuando algunos viajan más que tú, salen más que tú, tienen más conocidos que tú, o sencillamente tienen en sus cuentas más movimiento que tú, te molesta. Te molesta (te diré la causa) porque tú tienes los mismos derechos y obligaciones que el resto, pero por cualquier motivo a ti no te llegan esas oportunidades o, quizás, si te llegan, tengas miedo de aprovecharlas. No entiendes porqué los demás parecen disfrutar de lo poco que tienen y tú, sin embargo, que no te puedes quejar de tu situación, no eres feliz sino tienes un objetivo que te mantenga ocupado todo el día. No es más feliz quien más tiene, sino el que menos necesita.
Sin dudar, cualquiera con dos dedos de frente diría que es un pensamiento falto de coherencia, vano, superficial y carente, por supuesto, de autoestima hacia uno mismo. No obstante, ¿quién me podría negar que alguna vez no le han hecho sentirse así este u otros motivos? Cada uno vive como quiere, como puede o como le dejan. Nadie es más feliz por hacer más viajes, salir más, conocer más gente, si realmente no está a gusto consigo mismo. Y, normalmente, esto suele surgir al juzgar subjetivamente nuestro aspecto físico, buscando comparaciones con los modelos arquetípicos de la sociedad. Todo dilema personal suele hallarse la mayoría de las veces en este punto de partida. No nos gustamos porque al mirarnos al espejo lo que vemos no refleja lo que somos: personas dulces, alegres, simpáticas, amables, sociables... o todo lo contrario. Solo observamos palidez, cansancio, mala cara, mal humor, desgana... agravado por la impotencia de no poder solucionarlo, ya fuese por cuestiones de ignorancia ante lo que nos pasa o de cómo intervenir, por falta de dinero, por cuestiones biológicas o por el gran miedo que sentimos ante el cambio.
El miedo al cambio se convierte en el gran enemigo de todo éxito, un posible éxito que no sabemos cómo mantenerlo sin que el entorno nos cambie también a nosotros. Existe el miedo a que podamos perder, lo que consideramos, nuestra verdadera esencia, lo que tanto hemos defendido, la diferencia que nos ha marcado y nos ha costado conservar a pesar de los años.
Nuestra mente se mueve así. Mi mente se mueve así. Intento todo para no caer en el círculo vicioso que me lleva a no sentirme merecedora de hacer todo lo que me gusta. Poco a poco voy dejando de hacer aquellas pequeñas cosas que me hacen sentirme bien, lo cual me lleva a reprocharme constantemente mi comportamiento, haciéndome parecer una completa inepta social. Trato de evitarlo, pero cuanto más lucho contra mí, más batallas voy perdiendo. Necesito un cambio para poder reflejar al mundo lo que verdaderamente soy, lo que verdaderamente siento. La cuestión es qué tengo que hacer y por dónde empezar.